3 leyendas peruanas que les encantarán a tus peques
Si te encantan las leyendas peruanas y tienes ganas de compartir con tus pequeños la magia de la imaginación mientras leen, ¡estás en el lugar ideal! Exploremos las leyendas peruanas para niños más increíbles, y transportémonos con personajes geniales a las historias que a ti y a tus nenes les encantarán.
Leyenda peruana: La quena de oro
En un pueblo de los Andes, en Huánuco, cerca de la laguna Lauricocha, se llevaba a cabo una gran fiesta de bodas. Los invitados estaban muy felices. Había mucha comida, sobre todo trucha salada, carne de pato, quinua y chicha de jora. Todos los vecinos asistieron, no faltó ninguno, pero notaron que se acercó un mendigo.
El jefe de ese lugar se molestó al observar al hombre y le preguntó:
¿Quién te ha invitado al banquete de bodas de mi hijo?
Nadie, señor -respondió el anciano - Solamente quiero un poco de agua y algo de comida. Tengo mucha hambre.
El novio, la novia y los invitados le exigieron que se fuera a mendigar a otro lado, porque estaba interrumpiendo la fiesta.
El anciano ya se estaba marchando sin decir alguna palabra, cuando Áureo, el ganadero más pobre del pueblo, lo alcanzó y le dijo:
No se marche, anciano. Venga a mi casa, que ahí tengo papitas y agua para que coma.
Áureo no solamente lo alimentó, sino que lo vistió con ropa limpia y le pidió que se quedara en su casa todo el tiempo que necesitara.
A la mañana siguiente, ¡oh, sorpresa!, el anciano brillaba tanto que Áureo no podía tan siquiera mirarlo.
Yo soy tu padre, el Sol -le confesó-, y me disfrazo de mendigo para conocer el corazón de mis hijos. Como tú eres un hombre noble, te regalo esta quena de oro. Solo tienes que soplarla y aparecerá cualquier cosa que tú desees.
El pobre ganadero estaba a punto de darle las gracias, pero en un abrir y cerrar de ojos el dios Sol ya se había ido.
Áureo, entonces, sopló la quena y, deseó tener algunos corderitos; al instante apareció un corral con diez carneros y diez ovejas.
¡Uy! -dijo entonces-, ahora necesito mucho pasto para alimentar a mi ganadito.
Y cuando volvió a soplar, el campo se convirtió en un verde pastizal.
Nadie se podía explicar cómo Áureo, siendo tan pobre, había conseguido tantos animalitos. El jefe, pensando que los había robado, fue a preguntarle, pero cuando estuvo muy cerca, escuchó:
Papá Inti, mi dios Sol, ahora necesito agüita fresca para mi ganadito.
Y mientras soplaba la quena, una bella laguna apareció en medio del pastizal.
El jefe había descubierto la magia de la quena de oro y, como era muy ambicioso, inmediatamente pensó en la forma de engañar a Áureo para quitársela, así que le dijo:
Tú eres un pobre ganadero, en cambio, yo soy el jefe y voy a usar la quena para dar riqueza a todos los habitantes de este pueblo.
Cómo Áureo era generoso y ya tenía lo que tanto había deseado, le entregó la quena. Apenas el jefe la tuvo, comenzó a imaginar palacios y riquezas, pero por más que pidió muchos deseos y sopló hasta cansarse, nada apareció.
Cuentan que el jefe se marchó muy molesto y que hasta hoy, en algún lugar de Huánuco, viven los descendientes de Áureo buscando la quena de oro. Y es que el buen ganadero la escondió de los ojos ambiciosos de la gente, sabiendo que algún día el buen Inti permitirá que otro hombre generoso la descubra.
Leyenda peruana corta: Mazorca de oro
En cierta ocasión, una familia de agricultores que era muy humilde, esta familia, tenía 1 matrimonio y 5 hijos. Apenas contaban con algo de comida para llevarse a la boca, y hallaban la forma de subsistir gracias a un sembradío de maíz. Con este grano cocinaban tortas y pan, que les permitía alimentarse, y una porción del maíz que les quedaba, lo ofrecían en el mercado cuando llegaba la tarde.
No obstante, la única que laboraba era la mamá. Ella cuidaba, recolectaba, guisaba y vendía el maíz. También traía el dinero al hogar, y enviaba todos los días a sus pequeños a la escuela. En tanto, el marido no hacía nada.
Cierto día, la mamá se sintió fatigada, y no consiguió recoger la cantidad necesaria de maíz. Al contar, notó que esa jornada sería imposible hornear pan disponible para alimentarse, y mucho menos pensar en llevar el maíz al mercado para ganar un poco de dinero. Triste, no paraba de llorar... Si su marido le ayudara, podrían recoger mayor cantidad de maíz, pero no podría obtenerlo, porque él solo pensaba en él y prefería realizar tranquilas caminatas por el campo. ¿Qué podía hacer?
Ya desesperada, la muchacha estaba a punto de irse a la cama, y notó que algo resplandecía en el centro de la gran cantidad de maíz. Al principio, creyó que era un destello proveniente del sol. Además, mientras sollozaba, el brillo... Pero ya cuando se alejó de allí, giró y observó. Entonces se dio cuenta de que había oscurecido, por lo que la presencia de un rayo de sol no era posible. Comenzó a explorar en el entorno, qué podría ser eso. Y de pronto:
- Pero... - dijo en voz bajo la mujer - No puede ser... ¡Si es una mazorca de oro!
De todas las mazorcas, una sobresale por sus granos dorados, vislumbraba Con mucha energía. Era como una auténtica espiga de oro. ¿Y qué hizo la esposa? Se precipitó a buscar a su esposo para darle la gran noticia.
Él, que siempre estaba posando en la hamaca, y se paró sorprendido al ver eso. ¡El gran Dios compensó a su esposa por su desempeño y dedicación! Se humilló y le pidió disculpas. Hizo una promesa que de ahora en adelante la apoyaría en todo.
La mazorca fue vendida, y con el dinero obtenido sembraron más maíz, cambiaron la casa y adquirieron prendas nuevas para sus pequeños. A partir de entonces, el esposo empezó a laborar junto a su esposa, y vivieron un aumento en sus beneficios, para que nunca más experimentaran hambre.
Paracas, lluvia de arena
Cuenta la leyenda que, antes de que vivieran los incas, Paracas era un gran desierto. Era solo un río llegaba hasta la costa, y con tan poca agua, que los habitantes de este lugar apenas podían sembrar camotes, maíz, yuca y algunas legumbres. Aunque el río no tenía mucha agua, nunca se secaba y los pobladores se sentían agradecidos, pues sabían que, siempre, contaban con la agüita de su amado río.
Los pobladores de Paracas eran hombres y mujeres que trabajaban mucho y aprovechaban el mar para alimentarse. El mar era tan bravo que solamente se podían recoger algunos peces y cangrejos que quedaban atascados en las rocas.
En un tiempo, hicieron sogas y redes con lana de vicuña, y clavaron troncos en la arena. Luego, los hombres más fuertes, amarrados con soguillas a los troncos, entraron al mar para poder agarrar algunos peces.
El dios Inti admiraba por la inteligencia de estos pobladores. Por eso, cuando observó cómo el mar tiraba a varios de los pescadores, quienes trataban de pararse rápidamente para llenar sus pequeñas redes, muy molesto le reclamó:
Mar bravo, ¿por qué te enojas con mis hijos? Ellos solamente toman algunos peces para alimentar a sus familias.
El mar le respondió que no era su culpa, pues la falta de arena en la orilla era lo que permitía que se estrellara contra las rocas. Entonces, el dios Inti, al notar que sus hijos ya habían sufrido mucho, creó una gran playa llena de arena en la que el mar reventaba sus olas y adornaba con la espuma.
Pero el dios también quiso consentir el esfuerzo y la dedicación de sus hijos, llenando el río con muchísima agua y haciendo dos ríos más. De esa manera le dio al enorme desierto lindos valles que pronto se llenaron de plantas y hermosas flores silvestres.
Fue así que los habitantes del pueblo llegaron a ser famosos agricultores y grandes pescadores.
Tiempo después, este lugar se convirtió en uno de los pueblos más ricos de la costa. Intercambiaban, con otros habitantes, todo tipo de cosas gracias a que habían muchos productos agrícolas y peces que poseían.
Pero, tristemente, esta prosperidad logró que los hombres ya no quisieran trabajar y comenzaron a descuidar los campos de cultivo.
En vez de trabajar, se dedicaban a beber chicha de jora, se emborrachaban y peleaban entre ellos. Al ver esto, el dios Inti se molestó muchísimo y les ordenó que volvieran a sembrar los campos y trabajaran en la pesca para alimentar a los habitantes que tenían hambre, pero muchos lo ignoraron.
Entonces, Inti se sintió triste y le ordenó al viento que soplara y soplara hasta cubrir todo de arena otra vez.
Cuando esto ocurrió, los pobladores sintieron vergüenza de no haber trabajado y le suplicaron al dios Inti que los perdonara, prometiéndole volver a trabajar y ayudar a otros pueblos. Inti se compadeció de ellos y pidió al viento que se detuviera.
A partir de ese día, aquel lugar se llamó Paracas, que quiere decir “lluvia de arena” y hasta hoy, una vez al año, el dios Inti manda al viento a soplar y levantar la arena para que los hombres no se olviden de que han sido bendecidos por la naturaleza y deben cumplir con su trabajo.
Aprender junto con tus peques acerca de la cultura peruana puede ser una aventura emocionante, que además de descubrir otros mundos y personajes, puede permitirte conectar mejor con tus pequeños a través de la lectura y la imaginación.